No suelo tomar como referencia ninguna imagen para escribir, pero esta vez no he dudado en hacerlo. ¿Qué os inspira esta imagen? A mÃ, cómo no, un cuento que espero que os guste. Un abrazo.
Bajábamos por las callejuelas cogidos de la mano, correteando y brincando. Nos mirábamos sonrientes y llamábamos nuestra atención hacia todo lo que encontrábamos a nuestro paso: escaparates, interiores de casas hogareñas, grabados en las paredes… ParecÃamos dos chiquillos ilusionados por el primer amor. No querÃamos que se nos acabase aquel instante de júbilo casi inalcanzable. Nos detuvimos ante aquel atÃpico restaurante, a orillas del rÃo, regentado por un gato. Nos percatamos de su presencia mientras mirábamos con detenimiento la carta estropeada que colgaba de la pared. Era como si no quisiera perder los clientes. Saltó de su silla con aires elegantes y altivos. Nos asustó durante un instante su prepotencia de gato, pero luego interpretamos que tan solo querÃa llamar nuestra atención, que nos diéramos cuenta de su presencia y de la mesa que permanecÃa vacÃa bajo la sombra de dos plantas gigantescas. Nos miramos sonrientes y nos sentamos en ella.
Permanecimos semiocultos durante un buen rato. ParecÃa que no habÃa nadie allÃ, pero cuando empezamos a impacientarnos salió el dueño con el mandil bastante sucio. Lamentó su demora. Prometió invitarnos a un vino tÃpico portugués y al postre. Nos tomó nota y nos señaló el gato. Era el auténtico dueño de aquel lugar: “La loja del gato” leÃmos sobre la puerta en un tablón azulado de madera.
El rÃo estaba en calma. Las luces recién encendidas reflejaban la imagen de la ciudad sobre el agua. Algunos transeúntes se atrevÃan a pasear junto al cauce. Se podÃan percibir los gritos y las risas de los niños que aún jugaban por las calles sinuosas. Cerraba los ojos y respiraba aquellos momentos de dicha, intentando retenerlos para siempre en mi memoria. Las gaviotas revoloteaban bajo el puente rebuscando algo que llevarse al pico. Sus conversaciones se me hacÃan cánticos celestiales. Aquello deberÃa semejarse al paraÃso.
Terminamos de cenar los últimos de aquella taberna. Casi fuimos nosotros en echar el cierre. Salimos de allà muy agradecidos por el servicio que nos habÃan dado. El camarero no paró toda la noche de disculparse por su demora el inicio de la velada. Pero, sin lugar a dudas, la comida y el vino borraron cualquier inicio de enfado que hubiésemos tenido.
Bajamos hasta el rÃo abrazándonos y besándonos con ternura. Alcanzamos un viejo banco de piedra blanca muy erosionado por el paso del tiempo. Observé la cantidad de citas y de fechas que recogÃa aquel asiento fortuito. Decenas de enamorados habÃan pasado por allà dejando la huella del amor sobre él. Me dejé caer rendida sobre él inmortalizando aquel momento. No nos decÃamos nada. El silencio lo era todo. Las casas de colores que revoloteaban sobre nuestras cabezas serÃan testigos de nuestro amor.
Ambos sabÃamos que aquello no dudarÃa mucho. Pero tampoco sabÃamos cuánto tiempo. Por eso, decidimos aprovechar lo que quedara el máximo tiempo posible, pues tal vez fuera la eternidad lo que estuviera esperándonos al otro lado, en la otra orilla.
amacrema
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