martes, 28 de julio de 2015

SIESTAS DE VERANO

                 1. El destape

Es así de simple: al fin descubres el comienzo del verano cuando tu madre te llama a la redacción y te dice: “Mi niña, hemos alquilado un apartamento para todo el mes, ¿por qué no te vienes unos días y te distraes?” ¿Unos días? Mamá, no puedo irme unos días, tengo trabajo. Pero evito manifestar mi impertinencia ante su invitación de buena fe simplemente porque aún me quede más de un mes hasta coger mis vacaciones. Entonces le contesto: “¡Qué bien, mamá! Iré el fin de semana. El sábado por la mañana estoy allí” Y pienso: el sábado…, para volverme el domingo…; en fin, es lo que hay. Es lo que tienen los jubilados, que disfrutan plenamente de la vida. ¡Cómo no! Toda la vida trabajando, qué menos que pasar un mes entero en la playa. Me quedo como una tonta mirando la pantalla del ordenador, pensando todas las vacaciones que haré yo cuando me jubile. Iré a millones de sitios, y me echaré un novio. ¡Qué digo un novio! Me echaré dos o tres, nada de convencionalismos. Hay que disfrutar. 

El viernes por la tarde, después de pasarme más de ocho horas en la oficina sin sacar nada en claro, abro el armario y me paso varias horas más buscando los viejos modelitos veraniegos del año pasado. Aún no he guardado los vaqueros. De hecho, aún no he tenido tiempo, ni tampoco ganas, de reordenar mi armario para poner a mano la ropa de verano; por lo que tengo que apartar jerséis y cazadoras en busca de vestidos y sandalias. La verdad es que se encuentran ambigüedades. Aquel vestido que adorabas y que te pusiste diez mil veces la temporada pasada ahora lo ves bastante feo, poca cosa, sin gracia y súper arrugado. Lo desecho. Prefiero vestidos de dos temporadas anteriores. 

Aparto sobre la cama cuatro vestidos, dos short, unos blancos y otros azules, cinco camisetas, dos sandalias, unas de tacón y otras planas, unas cuñas, y cuatro bikinis. Aún no me queda claro que en realidad haga tal calor como para ponerme todo eso. Me observo en el espejo y corroboro que aún visto los agobiantes vaqueros. Abro la maleta y, contra mi aparente necesidad de meterlo todo, imagino a mi madre diciendo: “Amanda, ¿para dos días traes todo esto?” Y sé que tiene razón, pero empiezo a decir por si acaso y al final necesito la maleta grande. Descarto un vestido, un bikini, un par de camisetas y las sandalias de tacón. Lo demás, todo para adentro. 

Cuando llego al apartamento, después de tres interminables horas de viaje, tengo apenas diez minutos para modificar mi oscuro atuendo de inverno por los maravillosos colores veraniegos. Mis padres ya me esperan abajo con la gran bolsa de playa y sus más esplendorosas sonrisas al ver que al final he ido. Supongo que creían que no iba a ir, pero en verdad no era buena idea desaprovechar una oportunidad como aquella. 

Me impacta el olor de los apartamentos, a vacío, a madera recién comprada, a comida extraña, a mar. Huelen a vacaciones de infancia. Me quito los vaqueros y la camiseta y los sustituyo por mi bikini y un vestido blanco muy ibicenco y apropiado para la ocasión, y es cuando me echo a llorar ante tal imagen reflejada en el espejo. 

Mis piernas tienen un blanco enfermizo, casi se transparentan las venas, parezco de sangre azul a pesar de que mi padre sea un revisor de renfe jubilado y mi madre una feliz ex-maestra. Al blanco nuclear se le suman los ochenta kilos de más que observo en todo mi cuerpo. ¡Qué bochornoso! ¿Así me voy a presentar en la playa? Intento asumir que no queda remedio, las tapitas con los amigos pasan factura y el trabajo en la redacción también. 

Mi padre ya ha encargado la paella en el chiringuito, no hay ensalada que valga, “¡Un día es un día!”, me dice. “¡Ya papá, pero un día tras otro día y otro día, son ya muchos días” Su respuesta es un gesto de ignorancia. Pongo mi toalla sobre la tumbona y me preparo para pasar horas y horas allí tirada, sin pensar, sin hacer absolutamente nada. Respiro hondo varias veces para creérmelo. Y me repito mil millones de veces, mientras escucho el vaivén de las olas,  ¡qué sí! ¡Qué sí! ¡Qué sí, que el verano ya está aquí!


Aunque el lunes tenga que volver a la oficina. 

amacrema

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