Después
 de tanto tiempo sin leer un libro, vuelvo a hacerlo a lo grande. Y qué 
mejor que con uno de la Premio Nobel 2013, Alice Munro y con Cartas a Louise Colet
 de Gustave Flaubert. Uno literario y otro no literario para poder 
fácilmente alternar lecturas. Este último me lo recomendó, aunque no 
personalmente, Mario Vargas Llosa. Él asegura que le dio muchos trucos 
para aprender a escribir, muchas recomendaciones literarias que le ayudaron en su formación como escritor, así que yo estoy deseando leerlo
 y estudiarloYa os contaré, de momento os dejo las reseñas de ambos 
por si alguien se anima a acompañarme en mis lecturas. 
 LA VIDA DE LAS MUJERES, ALICE MUNRO
Al comenzar la novela, Del Jordan es una chiquilla que vive con sus 
padres y su hermano Owen en una granja en la que se crían zorros. Su 
casa está ubicada en la difusa frontera que separa la pequeña población 
de Jubilee del campo, y que divide virtualmente también a la familia: el
 padre se dedica a las arduas labores del criadero y la madre, 
agnóstica, culta y feminista, vende enciclopedias a los granjeros de la 
zona. 
Del relata su vida cotidiana, sus relaciones con los vecinos, amigos y parientes, y muy en especial con los tíos, que son personajes entrañables: el tío Benny, las tías Elspeth y Grace, maliciosamente pícaras, el tío Craig, mimado y convencido de ser un paladín de la memoria. Pasado un tiempo, la madre decide trasladarse al centro del pueblo en busca de horizontes más estimulantes. Fern, su nueva inquilina, participa de la vida familiar y les abre nuevos horizontes, y Del entiende que tendrá que decidir entre la vida socialmente impuesta –hogar, iglesia, matrimonio, hijos– y la vida elegida, que está en otra parte. Ese descubrimiento es también el de la vocación literaria, una suerte de llamada, de deber para
con el mundo.
Del relata su vida cotidiana, sus relaciones con los vecinos, amigos y parientes, y muy en especial con los tíos, que son personajes entrañables: el tío Benny, las tías Elspeth y Grace, maliciosamente pícaras, el tío Craig, mimado y convencido de ser un paladín de la memoria. Pasado un tiempo, la madre decide trasladarse al centro del pueblo en busca de horizontes más estimulantes. Fern, su nueva inquilina, participa de la vida familiar y les abre nuevos horizontes, y Del entiende que tendrá que decidir entre la vida socialmente impuesta –hogar, iglesia, matrimonio, hijos– y la vida elegida, que está en otra parte. Ese descubrimiento es también el de la vocación literaria, una suerte de llamada, de deber para
con el mundo.
CARTAS A LOUISE COLET, GUSTAVE FLAUBERT
Que nadie pregunte por las cartas de Louise Colet a Gustave Flaubert: la
 piadosa mano de Caroline Franklin-Grout, preocupada por mantener limpia
 la memoria de su ilustre tío, destruyó aquellas misivas, harto 
indecentes a su juicio. Pero es inútil lamentarse al respecto. Las 
cartas de Louise a su amante difícilmente podrían contener nada muy 
nuevo, nada que no sepamos o podamos adivinar gracias a las cartas del 
propio Flaubert entre agosto de 1846 y marzo de 1855. 
En efecto, éstas 
no constituyen la mitad de un todo truncado para siempre, la mitad del 
medallón que encaja en su otra mitad, las réplicas de un diálogo 
perdido. Son una totalidad, un monólogo completo y redondo, un retrato personal
 e íntimo del joven Flaubert y de la poetisa madura. Poco importa que 
dichos retratos sean exactos o que estén falseados, sobre todo en las 
primeras cartas, por la pasión amorosa. Tal fuego, en todo caso, no 
duraría. Los entusiasmos iniciales de los primeros meses, ocasionalmente
 enfriados por riñas epistolares (sobre todo epistolares, pues las 
ocasiones de verse eran escasas), cederán pronto ante la serenidad de 
sentimientos más tibios, y darán paso, antes de la ruptura final, a lo 
que da todo su valor a estas cartas para el lector no exclusivamente 
interesado por la vida sexual de los famosos: las reflexiones de 
Flaubert sobre la vida y sobre el pasado; consejos (desaprovechados) 
sobre lecturas, y sobre el arte de escribir; varias fobias, y ardientes 
filias; juicios apasionados sobre la amistad y el arte, sobre la 
sociedad y sobre la creación literaria; larguísimas, detalladas 
anotaciones y correcciones de textos de Louise, que revelan la paciencia
 y el gusto artístico de Flaubert y, en definitiva, la lealtad a su 
amiga. 
Ni siquiera las correcciones de Gustave lograron que los versos 
de «la Musa» sean legibles hoy. La poetisa profesional ha muerto para la
 historia literaria, pero la amante de Flaubert vive en las cartas, lo 
que no deja de ser un consuelo, y algo que debemos agradecerle. 
 
 
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