Hace algunos años tuve constancia de un concurso literario al que me animé a participar. El tema debía girar en torno a la mujer, aunque, a partir de ahí, la originalidad del relato contaba con total libertad. Estuve varios días buscando la “historia perfecta” alrededor de la cual crear mi relato. Todos los recursos que se me venían a la cabeza eran los más típicos: el trabajo de la mujer, la discriminación sexual que aún vivimos o que hemos estado viviendo a lo largo de los siglos, la conciliación familiar, las relaciones entre madres e hijas, etc. Todo ello me parecía tan corriente que me negaba a escribir un relato inédito sobre lo que escribiría todo el mundo. El tiempo se agotaba y el concurso llegaba a su fin. Mi cabezonería me hacía no negarme a participar bajo ningún concepto.
Por aquellos días yo estaba finalizando mis estudios universitarios y comenzaba a indagar sobre el tema en que versaría mi trabajo final de carrera. Decidé centrarme en la teoría y la crítica literaria porque fue la asignatura que más me costó aprobar, pero a su vez, la que más llamaba mi atención. Parece paradójico, pero aquellas teorías sobre la forma de recepción de las obras literarias e, incluso, sobre el proceso de creación llamaban fuertemente mi atención. Mi tutora me dio a conocer unas nuevas formas de creación literaria en las que los escritores se divertían ironizando en torno al lector poniéndoles en la ambigüedad sobre la creencia de que se tratan de obras autobiográficas, pero cargadas de buena parte de ficción. A estas obras se le han venido llamando “autoficciones”, un nuevo palabro extraño al que añadiría a mi vocabulario (y entonces no sabía hasta qué punto).
Estos nuevos conocimientos me abrieron los ojos para ponerme a escribir. Como no sabía sobre qué tema versar mi relato decidió aprovecharlo para hablar sobre ello. Es decir, reflexioné sobre qué temas se pueden tratar en un relato cuyas bases solo ofrecen la idea de “la mujer”. Como el concurso era para la celebración del día de la mujer trabajadora, me dirigía todo el rato a nombres diferentes de hombres, como si todo mi discurso estuviera destinado a un receptor masculino indeterminado. Ya que el hecho de ganar el concurso me impide copiar aquí el relato íntegro, os ofrezco tan solo las primeras líneas.
Cuando Eduardo me pide que escriba algo sobre una mujer en un primer momento me bloqueo. No sé qué podría escribir sobre la mujer. Tiene que ser algo relevante, original, que nunca nadie antes haya escrito sobre ello, me dice. Vale. Lo entiendo. Pero no sé. Es difícil. Lo primero que hago es pensar en las mujeres de mi familia. ¿Para qué irme más largo si en mi familia hay mujeres? Y pienso en mi bisabuela, que tuve la suerte de conocerla y conocerla muy a fondo. Pienso en mi abuela, en mi madre, mi hermana, mi tía… Todas ellas son mujeres que han luchado por lo que han querido, al igual que yo. Yo no estaría donde estoy si no fuera por estas mujeres.
En el nombre de los hombres, África Crespo
(1º premio IX concurso “Relatos de mujer” Concejalía de política de igualdad del Ayuntamiento de Manzanares)
A partir de aquí las reflexiones se iban de un lado para otro, hablando de todos los modelos de mujer y siempre dirigiendo el texto a nombres de hombres (de ahí el título del relato). Mientras escribía el texto (durante la última tarde antes de la fecha de entrega), me reía irónicamente imaginando las impresiones de los miembros del jurado al leer mi relato, totalmente absurdo y cargado de comicidad. Me pareció simplemente divertido y presenté el relato al certamen. Cuál fue mi sorpresa algunas semanas después que me llamaron para comunicarme que había sido la ganadora del concurso. Recuerdo que le pregunté a la interlocutora que ¿por qué?, ella, ajena al jurado, me dijo que suponía que porque les había gustado por encima de todos los demás. Claro. Era evidente la respuesta.
En el acto de entrega del premio lo que más destacó era mi edad. Era la persona más joven que había ganado ese concurso. Yo traté de explicar mi relato centrándome en una posible locura de la protagonista, sin entrar en detalle de los nuevos géneros literarios, híbridos, juegos literarios, que yo estaba descubriendo en los últimos meses. Lo que sí fue cierto es que mi relato gustó. Y mucho. Era original, diferente. Y eso era otro aspecto clave del concurso.
A partir de aquí las reflexiones se iban de un lado para otro, hablando de todos los modelos de mujer y siempre dirigiendo el texto a nombres de hombres (de ahí el título del relato). Mientras escribía el texto (durante la última tarde antes de la fecha de entrega), me reía irónicamente imaginando las impresiones de los miembros del jurado al leer mi relato, totalmente absurdo y cargado de comicidad. Me pareció simplemente divertido y presenté el relato al certamen. Cuál fue mi sorpresa algunas semanas después que me llamaron para comunicarme que había sido la ganadora del concurso. Recuerdo que le pregunté a la interlocutora que ¿por qué?, ella, ajena al jurado, me dijo que suponía que porque les había gustado por encima de todos los demás. Claro. Era evidente la respuesta.
En el acto de entrega del premio lo que más destacó era mi edad. Era la persona más joven que había ganado ese concurso. Yo traté de explicar mi relato centrándome en una posible locura de la protagonista, sin entrar en detalle de los nuevos géneros literarios, híbridos, juegos literarios, que yo estaba descubriendo en los últimos meses. Lo que sí fue cierto es que mi relato gustó. Y mucho. Era original, diferente. Y eso era otro aspecto clave del concurso.
Durante esta semana he tenido la suerte de asistir a una serie de ponencias en torno al tema de la “autoficción” llevada a cabo por muchos de los especialistas del tema de todo el mundo. Una cita esencial y muy importante para conocer todo lo posible sobre este nuevo género y los autores y obras literarias que están poniendo en práctica este híbrido. Mis conclusiones no van más allá del puro juego, la diversión, el arte por el arte del que hablaba Ortega y Gasset. Aún no está demasiado claro si el interés es el de escribir una obra autobiográfica, pero esconderla tras el velo de la ficción con el fin de ocultar ciertos elementos reales que dan pudor hacer públicos. O, por el contrario, que el interés esté centrado en escribir una obra ficticia, pero con ciertos intereses en incluir elementos reales. Por ser las dos que más he estudiado hasta el momento, podría recomendar dos de ellas para aquellos que deseen conocer en qué consiste este fenómeno literario: Todas las almas de Javier Marías y París no se acaba nunca de Enrique Vila-Matas. ¿Puro juego? ¿Interés en provocar ambigüedad en el lector? Lo que sí es cierto es que este tipo de obras literarias (de las que no puedo hablar de novelas) atraen y no solo a los investigadores, sino también a lectores de todo el mundo. Sino, autores como los que acabo de citar, ya hubiesen dejado de publicar o, por lo menos, hubiesen dejado ese juego y se hubieran centrado en construir novelas al uso, tal y como entendemos la literatura.
África Crespo (amacrema)
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