lunes, 18 de enero de 2016

LA BUENA EDUCACIÓN

El otro día, cuando llegaba al coger al autobús, un hombre eructó. Sonó tan estrepitosamente que todos los que estábamos cerca no pudimos evitar mirarle. Buscábamos al culpable de tal acto desafortunado como si fuésemos los jueces de un gran juicio mediático. Él ni se inmutó, tan solo reía junto a su acompañante como si aquel acto formara parte de una broma o se tratase tan solo de una apuesta. Este hecho tan mediocre me lo pareció más aún, casi más triste que mediocre, porque hace algunos días ocurrió el mismo incidente en otro lugar por el que yo pasaba. Parecía ya como si aquello fuera lo más normal del mundo. La buena educación parece ya una propuesta extraterrestre y tan solo se trata de unas costumbres impuestas desde la infancia por nuestros mayores. Los buenos modales se ven en el habla, en la mesa y en el vestir. Hacemos lo que vemos y aprendemos los hábitos que nos han enseñado desde niños. 

Cada día escucho con más asiduidad horribles vocablos en niños y adolescentes. Y me sorprende que hablen así, pero me sorprende más aún que se les permita utilizar ciertos términos que deberían estar prohibidos. Sin embargo, me doy cuenta observando más allá de ese palabro que son los propios padres quienes, de forma natural, sueltan un taco detrás de otros al dirigirse a sus hijos. Y esto, claro, repercute en el lenguaje de sus imitadores. He llegado a la conclusión de que cada vez cuesta más hablar correctamente, y los raros terminamos siendo aquellos que hablamos siempre bien, sin excepciones. Pero no debemos aplacarnos, tenemos que defender las buenas palabras y la belleza lingüística de nuestro idioma, manchado por palabras horribles que no hacen más que enturbiarlo. Es evidente, al menos eso creo yo, que este tipo de palabras ridiculiza a quienes lo emplean, se muestran como seres de la escala más baja de la sociedad, aquellos que hablan sin propiedad y sin conocimiento. Así que os invito a olvidar de utilizar los tacos y cualquier palabra alejada de la corrección, la belleza y la elegancia. 

Y porque no solo cuenta lo que se dice, sino cómo se dice, tampoco olvidamos los tonos desagradables unidos a las malas palabras. Las borderías, los descaros y las malas contestaciones también forman parte de la mala educación. Considero que cuesta muy poco ser un poco agradable y tener buenas palabras con aquellos que se dirijan a nosotros para lo que sea. A todos nos ha ocurrido la desagradable experiencia de encontrarnos con una persona desagradable colocada en algún lugar público: la administración, tiendas, urgencias, etc. Y es que no carecía de razón Mariano José de Larra cuando decía burlonamente aquello de “Vuelva usted mañana”. 

 La mesa es el otro gran alarde de educación. Y no hablo de comer los langostinos con las manos o de mezclar el vino con Coca-Cola, sino que me refiero a los pequeños detalles que hacen de una persona educada y correcta: servir a todo el mundo, empezar a comer cuando todos tengan el plato en la mesa y nunca, nunca, levantarse antes de que todos hayan terminado de comer. Pequeños gestos que dicen mucho de nosotros. Y no podemos olvidarnos del vestir. Cada uno debe saber qué ponerse para cada ocasión, porque no es lo mismo salir de fiesta con amigos, ir a caminar una agradable tarde de otoño o acudir al trabajo, bien sea al gabinete de prensa, a la universidad o al Congreso de los Diputados. Es aceptable el estilo de cada uno, pero dentro de unos límites. Y sin meterme ya en la importancia de la higiene, porque tan importante es evitar pronunciar tacos como oler bien. 

 Debemos mostrarnos agradables al oído, el olfato, la vista y el tacto para asegurar que los buenos modales no son nuestra materia pendiente.

 Muchos besos para todos.

Amacrema

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