sábado, 14 de mayo de 2011

Sobre el río

Susana cosía los bajos de los pantalones a su marido. Sentía pasar el hilo entre sus dedos a cada pespunte. No se había puesto el dedal porque a ella no le hacía falta, además, le resultaba incluso más incómodo coser con él. De fondo, se escucha el suave seseo de la periodista de la radio. Hablan de las cartas de amor que antiguamente se mandaban. Ahora, con internet y el móvil, ya no se hacen estas cosas. Es triste haber perdido estas costumbres tan bonitas, pensaba Susana mientras seguía con el bajo de los pantalones. Cuando termine esto irá a preparar la cena. Fernando hoy viene tarde de trabajar y no tiene mucha prisa. Junto a ella, sentado en el sofá está el pequeño Darío viendo la tele. Le encanta ver unos dibujos animados cuyos protagonistas son personas amarillas. Darío tiene ocho años y se lleva diez con su hermano Sebastián. Es mucha diferencia y, quizá, por eso no se llevan demasiado bien.

-¡Ey! Enano- Sebastián salía muy arreglado. Con vaqueros y camiseta blanca. Olía muy bien.- Me voy mamá.-

-¿No cenas hijo?-Susana sintió que su hijo estaba como raro. Había estado muy triste estos días y, ahora, de repente, todo era felicidad en él. De todos modos, no podía evitar sentir alivio con el cambio.

- No mamá. Y no me esperes despierta que llegaré tarde.- Le da un beso a su madre y otro a su hermano.

Cuando Sebastián sale por la puerta, Susana vuelve con los bajos del pantalón.

Carla sentía caer el agua muy fuerte sobre todo su cuerpo. Está calentita, como a ella le gusta. Pero, de repente, empieza a salir un poco fría. Parece como si se hubiera apagado el calentador. – ¡Mamá! ¡No me sale agua caliente! ¡Mamá!- Parece que mamá la ha oído porque el agua caliente vuelve a salir y permite que Carla se termine de aclarar el pelo. Al entrar en su cuarto ve su camisa blanca aún con la etiqueta. Es preciosa, tiene unos encajes muy bonitos. La había comprado hace más de un mes y había llegado el día perfecto para estrenarla. Mamá le vocea desde la cocina. Ella y la abuela están esperándola para cenar. Carla no tiene nada de hambre pero hará el esfuerzo de cenar con ellas, al menos por esta noche. Después de cenar la abuela le ha preparado natillas como a ella le gustan pero es tarde y no tiene tiempo de pararse a comérselas. Se despide de ellas con un fuerte beso y sale. Está feliz, aquellos vaqueros le sientan bien.

-Rodri me voy.- Gonzalo no se había puesto unos vaqueros en su vida y se sentía bastante incómodo. Le tiraban de todos lados y sentía que le iban a reventar las piernas en cualquier momento.

-¿Dónde vas cari?- Tampoco le gustaba mucho dar explicaciones pero su novia siempre se las estaba pidiendo por lo que ya se estaba empezando a acostumbrar a siempre tener que darlas.

-He quedado, no me esperes despierta que llegaré tarde.- Gonzalo se estaba intentando esconder un poco tras el sofá. Sabía que si le veía con aquellos pantalones se iba a extrañar mucho.

Gonzalo salió de casa y cerró bien la puerta. La vecina de la puerta de enfrente lo miró extrañado: ¡Gonzalo “el Heavy” con vaqueros ajustados! Era para una foto, desde luego que lo era.

Dos edificios más lejos Isabel discutía con su hermana. No encontraba sus vaqueros preferidos y ella sabía que la última vez que los usó los dejó en el armario. Alguien se los tenía que haber cogido. Laura no tenía ni idea. Ella no había sido pero los estaba buscando incansablemente por todo su cuarto por si acaso no recordaba habérselos puesto. Los vaqueros no aparecían e Isabel estaba cada vez más furiosa. Papá entró en el cuarto para ver lo que pasaba, ya no eran normales esos gritos. –Ponte otros Isabel, qué más dará.- A ella no le daba igual, quería ponerse hoy esos pantalones. Volvió a mirar en su armario y allí estaban, justo donde los había dejado. ¿Cómo era posible que no los hubiera visto antes con las veces que había mirado?-Pídele perdón a tu hermana al menos, ¿no?- Papá veía que era lo más lógico después de cómo se había puesto para nada. Isabel pidió perdón a su hermana pero ella sabía que no era suficiente. Se había pasado mucho con Laura.

-Me voy- cuando Isabel salía de su cuarto, ya cambiada, se sentía un poco avergonzada aún. Ella sabía que se había puesto bastante borde. –Sí, hija, vete, que es lo único que sabes hacer. Adiós, y no vengas tarde.- Manuela muchas veces no sabía qué hacer con el comportamiento de su hija. Serían los dieciséis años, pensaba.

Raquel llevaba ya dos horas esperando a que su madre llegara del trabajo. Sentada en el sofá, y ya vestida, estaba mirando por la ventana del salón cómo pasaba la gente. Llueve, por lo que la gente se apresura a llegar a los sitios. Una mujer lucha con su paraguas porque el aire se estaba empeñando en darle la vuelta constantemente. Al final, unos pasos más adelante, la mujer decide tirarlo en una papelera. Era inútil la lucha. Una niña con sus botas de agua rosas y amarillas no paraba de saltar de charco en charco a pesar de las regañinas que le estaba dando su madre. A la niña le daba lo mismo. Ella se lo estaba pasando en grande. Un hombre muy trajeado daba la vuelta rápidamente con un paraguas negro y un maletín muy pequeño.

Raquel miró nuevamente el reloj. Faltaban dos minutos para las ocho y mamá todavía no había llegado. –Si a y cuarto no ha llegado me voy-pensó Raquel bastante apenada, porque no quería irse sin despedirse de ella. Pasaban los minutos pero nada. A las ocho y cuarto, Raquel se puso el abrigo, cogió su paraguas y salió a la calle. Llovía con fuerza.
-Lo siento, Jesús, no hemos podido hacer nada.- Esa era la noticia que Jesús llevaba toda la semana esperando. Su novia había tenido un accidente de coche y llevaba ya más de una semana en coma. Todavía tenía alguna esperanza pero sólo era cuestión de alargar el sufrimiento. Pasó a verla por última vez y lloró por no sentir ninguna pena. Se sentía culpable por no sentir nada con respecto a la muerte de Paola. Llevaban más de cinco años juntos pero últimamente su relación se estaba torciendo cada vez más. Jesús no paraba por casa y él estaba seguro de que ella se estaba viendo con otro hombre. Jesús se acercó al cuerpo frío de la joven. Estaba blanca y fría, pero muy hermosa.

- Paola, hola. Soy Jesús. Perdóname por no haberte prestado atención suficiente estos últimos meses. He estado metido en cosas que no puedo contarte pero que pronto sabrás. Sé lo de tu jefe y tú. Bueno, no lo sé, sólo lo intuyo. Pero quiero que sepas que no me importa. Si has encontrado con él la felicidad que no tenías conmigo puedo sentirme satisfecho. Así, alguno de los dos, al menos, ha sido feliz. No, no estoy llorando, está lágrimas son sólo gotas de luz que caen por mi rostro. Sólo quiero que sepas que te he querido mucho, sé que tú a mí también. La enfermera me echa. Tengo que irme. Si quieres verme o hablarme llámame.

Antes de salir, la enfermera le da a Jesús una bolsa con los objetos personales de Paola. Jesús sale a la calle. Ve a un hombre trajeado con un maletín pequeño y un paraguas cerrado. El suelo está mojado pero ya no llueve. Entre las pertenencias de Paola hay una camiseta blanca que aun huele a ella. Jesús se la pone y tira la bolsa en la primera papelera que encuentra. Ni siquiera mira lo que hay dentro. Sigue su camino y da la vuelta a la esquina.

Un vagabundo coge la bolsa de la papelera sin esperar encontrar lo que hay en ella.

A la mañana siguiente Héctor le tiene preparado el desayuno a su mujer. Era su aniversario y cómo ella siempre se andaba quejando de que su marido no era nada detallista decide prepararle una sorpresa. Cuando Isabel se levanta se dirige al salón para ver la prensa. La mesa está muy bien colocada. Un mantel blanco y azul cubre el cristal. Sobre la mesa, una hermosa jarra con leche caliente a juego con la del café. El vaso de zumo de naranja recién exprimido tenía un aspecto maravilloso. Una bandeja con multitud de dulces diferente le hicieron a Isabel comer por los ojos. Había cruasanes, donuts, ensaimadas, magdalenas, rosquillos, mantecados y bambas de natas. En otro plato había galletas de colores y un bombón de chocolate. Isabel se sirvió un café con leche y se comió el bombón. Lo dejó deshacerse en su boca y sintió cómo el chocolate se fundía lentamente.

-Buenos días mi amor. Feliz aniversario. Aquí tienes mi regalo.- Isabel cogió el pequeño maletín muy intrigada sin saber qué podría ser. Mientras, Héctor leía el periódico. – Mira el titular de hoy: Siete jóvenes aparecen ahorcados en diversos puentes de la localidad.-

Isabel todavía estaba asombrada con su regalo, jamás se le hubiera podido imginar.- ¿Dónde está Samuel? ¿No ha vuelto todavía?-.

Amacrema

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